viernes, 10 de octubre de 2014

ANÉCDOTA


Suelo ir al médico una vez al año. No, no es un examen que me imponga a mí mismo para comprobar mi estado de salud de forma periódica. No. Es que realmente enfermo más o menos con periodicidad anual. Siempre la misma historia: catarro de larga duración, como las pilas. Imagino que algo tendrá que ver el consumo feroz de tabaco que practico y que me acabará matando.
Invariablemente mi médico de cabecera, que posee un parecido con Míster Bean que exige un ejercicio de autocontrol para aguantar la risa mientras me explica que padezco bronquitis, me suele recetar antibióticos.
Sé que los antibióticos han salvado muchas vidas. Pero la obligación de tomar tres píldoras diarias durante los siete días que abarca una semana resulta verdaderamente tediosa. Además no se puede beber y se me hace largo. Así que desde que me enteré de que existe una modalidad que únicamente requiere de tres pastillas espaciadas a lo largo de tres días siempre solicito esa versión, la opción light, como la cocacola de los obsesionados por la línea de flotación abdominal.

Me recordaba hace mucho tiempo, antes de revelar resentimiento contra el redactor de este tedioso blog, el siempre sabio marqués de Utrera en el reino del Maestrazgo, que quien se acerca a un blog a diario busca un texto breve y conciso, como una píldora antibiótica, no un largo y sesudo razonamiento cuya extensión abarque folios y folios, que para eso están los libros.

Siguiendo su docto consejo, hoy no me dilataré más allá de unas líneas para atraer su interés intelectual, improbable lector, hacia una opinión que manifiestan los extranjeros sobre los españoles. Efectivamente es una generalización y en consecuencia injusta, pero algo de razón les asiste.

Realmente viene a ser una continuación irreflexiva de la entrada, que sobre la vigencia de los valores trascendentes, el maestro Montells nos regaló hace unas fechas en el ejemplar blog de los doce linajes.

Y es que a los extranjeros les maravilla el tiempo que perdemos ante las puertas. Algo de verdad socorre su observación. Incluso cuando coincidimos con perfectos desconocidos, en España es tradición detenerse y comenzar a intercambiar frases del tipo –Por favor, después de usted. Que invariablemente es respondida en la forma: -De ninguna manera, pase usted primero. Y continuar aún con un par de gestos amables y tres -Por favor pase usted, -No, no, usted.
Pero de la misma forma que los foráneos quedan admirados por esa costumbre, que manifiesta una pervivencia de valores relacionados con la educación aún a costa de malgastar varios minutos, les desconcierta  y horroriza el tiempo que ahorramos al acudir, perdone usted improbable lector lo ordinario del asunto, al lavabo.

Obsérvelo, sin prestar demasiada atención no vaya a levantar sospechas. Aquí lo habitual es que el varón que acude a evacuar aguas menores (no se me ocurre otra expresión, perdone) desde varios metros antes de aterrizar delante mismo del urinario, vaya maniobrado su bragueta  y poco menos que se ande hurgando en busca del pajarito (¿por qué se dirá todavía al tomar una fotografía a un grupo: -A ver, mirad al pajarito?). (En fin, perdón por estos detalles).
A los extranjeros el asunto les resulta soez. Fuera de España nadie actúa sobre su propia bragueta hasta que no ha alcanzado el lugar en el que se tiene intención de evacuar. Es impensable. Aquí no, para esta cuestión consideramos siempre la urgencia de abreviar tiempos.

Ya concluyo mi píldora antibiótica de hoy. La frase es curiosa y desde luego cierta. Me quedo con la primera parte, que demuestra la vigencia de los valores más sólidos de nuestra educación: los españoles, el tiempo que perdemos ante las puertas lo recuperamos en el lavabo.