viernes, 26 de septiembre de 2014

ÁRBOLES

Las armas del municipio de Torrelodones desde el que se redacta este tedioso blog son parlantes. Exhiben una torre y un árbol. Ese árbol, el lodón, que significa a la segunda parte del nombre es especie endémica peninsular particularmente presente desde inmemorial por estas latitudes madrileñas.
No en vano dicen los que saben de la historia heráldica de la ciudad de Madrid que la denominación del árbol como madroño (Arbutus Unedo) proviene del error de representación en gules (rojo) de los frutos, 
cuando deberían ser de sable (negro), tal como los exhibe naturalmente el lodón (Celtis Australis).
Cuentan los que tienen la suerte de viajar por otras capitales de los reinos europeos vecinos, que Madrid ha sabido crecer respetando espacios arbolados. Así, la capital cuenta no solo con una buena porción de hectáreas ajardinadas, sino con árboles en la mayoría de las aceras.
Realmente ignoro cuántos lodones, la verdadera especie autóctona, subsisten por Madrid, en cualquier caso madroños deben de quedar menos porque gustan de climas más fríos, más del norte peninsular.
Y es que, como si de una película de terror ecológico se tratara, la naturaleza en Madrid ha comenzado a matar. Ya es frecuente la noticia relativa a ramas de árboles que caen inertes sobre viandantes, acabando con sus vidas.
¿El motivo? He escuchado dos versiones: por un lado un hongo que afecta interiormente sin que el exterior manifieste deterioro alguno y por otro falta de presupuesto municipal para contratar ingenieros expertos en plagas que determinen la gravedad de cada caso.
En realidad, parece evidente, la causa es única. Se llama crisis.
Una frivolización heráldica del problema me ha resultado especialmente ingeniosa y con esa imagen concluyo: