No acredita nobleza la posesión de armas en estos reinos que hoy son España.
Por el contrario, ha sido costumbre inmemorial que los súbditos del rey, sin
reparar en su calidad nobiliaria, posean sus propias armerías que los
signifiquen.
Además de
vía de identificación individual, un blasón debidamente registrado sirve en
España, conforme a costumbre inmemorial, para establecer la pertenencia a una familia, a un linaje, es decir al
conjunto de los descendientes de quien eligió aquellas armas.
Proponía
ayer mismo, improbable lector, que si se había decidido a escoger armas nuevas que
lo representen, que lo signifiquen, (sin duda una de las más sabias decisiones
que adoptará a lo largo de su vida), debería optar por formalizarlas ante un
registro: el que custodia el marqués de la Floresta, que en su calidad de
cronista de armas de Castilla y León ostenta la facultad pública para extender
certificaciones heráldicas.
Es verdad
que quienes hasta recientes fechas fueron reyes de armas no concedieron
difusión a sus registros y archivos. Pero, dado el avance tecnológico en
comunicación informática, hoy me permitiré lanzar una sugerencia: quizá debería
el marqués de la Floresta promover la publicación, en alguna página institucional del gobierno de Castilla y León dado su carácter público, de su registro de adopción de
armerías.