sábado, 1 de marzo de 2014

PALABRA

  
Cualquier cosa que no sea mantener la tradición es plagio. No sé quién sentenció semejante frase. Pero, vamos, algo de razón tenía. Aunque no, no quiero ahora hablar de plagios literarios sino de negros (literarios también). De aquellos que escriben a cambio de dinero para que otro, habitualmente un famoso, publique el texto de aquel como propio.
Desconozco igualmente de quién proviene la expresión negro, un poco hiriente desde luego, y racista, quizá surja del hecho de que Dumas lo era. Bueno era mulato, y de que él, creo que es un hecho demostrado, tenía negros que escribían por él.
A mí me ha sucedido en una única ocasión. Es un apuro. Me regaló un libro quien en la portada aparecía como autor. A mí y a otros que compartíamos mesa y mantel. Bueno, y copas sí, y varias copas. Nos los dedicó. Y al abrirlo al azar leí una frase que, vaya casualidad, reconocí como falsa. Una tontería sobre enfermedades de la real familia. Y le pregunté: -Oye, ¿cómo es eso del origen de la enfermedad de aquel infante, fue de nacimiento, no? Atención a la respuesta: -Pedazo de ignorante, no fue un padecimiento congénito, sino la consecuencia de una operación que se le realizó cuando el infante contaba pocos años. –Aaah, acabáramos.
Imagínese la situación, improbable lector. El texto decía lo contrario de lo que acababa de oír al autor del propio libro. Tensión. Menos mal que fui el único que reparó en el asunto. Mi conclusión fue obvia: quien nos acababa de regalar su obra en realidad no escribía, a pesar de aparecer en la portada su nombre y en la solapa de la sobrecubierta su foto (con unos diez años menos, también es verdad). Era evidente: tenía un negro que lo hacía por él. (Sigo pensando, cuanto más lo escribo, que negro es una expresión desafortunada). Un momento aparatoso.
Después de toda esta diatriba entro en el asunto al fin que hoy quería proponer a su paciencia, improbable lector: una voz heráldica.
Repasando anoche, mientras fumaba en la cocina de casa porque fuera hacía un aire que descapullada el cigarrillo, (esa palabra sí que es ordinaria ¿verdad? descapullaba) el diccionario heráldico del rey de armas don Vicente de Cadenas, reparé en una voz que conlleva una exigencia que los diseñadores heráldicos habitualmente incumplen. Me refiero a la palabra en la lengua propia del blasón que se denomina fustado.
Fuste, en esa lengua propia del blasón que hablamos usted y yo, improbable lector, no significa la parte central de una columna, tal y como conoce el común. No. Fuste es el palo, el largo palo, que sostiene la punta de la lanza del caballero.
Y el término fustado, derivado de aquel, en nuestra lengua propia, manifiesta al árbol cuyo tronco se colorea de diferente esmalte que las hojas.
Con esto concluyo, improbable lector, ya no le aburro más: ¡atención dibujantes! el árbol que se defina de sinople tendrá, en consecuencia con lo anteriormente pontificado por el rey de armas de Vicente, no solo las hojas que conforman la copa, sino el propio tronco del mismo esmalte.
De alguna forma tiene sentido ¿verdad improbable lector? si el tronco de un árbol se hubiera querido representar en otro color que no fuera sinople se habría definido como tal a lo largo de los siglos. Pero no, siempre se ha recurrido a la misma expresión para definir al conjunto vegetal de tronco y hojas. Porque quienes representaron árboles en el origen de la heráldica los dibujaron monocromos: de sinople plenos.
Nada más improbable lector. Que ya es bastante.