sábado, 7 de diciembre de 2013

ÓRDENES

Tanto prestigio mantienen aún las llamadas Órdenes Militares, (me refiero a las órdenes nobiliarias de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa) que aún nuestro propio monarca se adorna de las veneras de las mismas al vestir los uniformes de capitán general de sus propios ejércitos. 
Pero este prestigio ¿en qué se basa? Realmente, no agrupan a los más adinerados del reino. Sus integrantes carecen de poder al no ser quienes ocupan los puestos desde los que se dirige la sociedad en modo alguno. 
Ciertamente, en la actualidad no aportan otro prestigio que la antigüedad de sus familias ¿y es ese, entonces, motivo suficiente para que cualquiera de los que nos acercamos al conocimiento de las que se podrían denominar ciencias heroicas busquemos el acceso a todo trance en alguna de esas órdenes o de sus hermanas inferiores? No lo acabo de entender. Pero así es.
La semana pasada disfruté del honor de compartir mesa y mantel (bueno y cervezas y copas de licor varias) con tan solo dos de los miembros de la tertulia heráldica. Buenos y ya antiguos amigos. Mi objetivo, aparte claro el aprendizaje que supone cualquier conversación con maestros de nuestras ciencias, era conseguir que uno de ellos, con prestigio bastante, accediera a presentar a otros dos compañeros de nuestra tertulia, ausentes ese día, a una de las órdenes menores que pueblan el universo de las corporaciones de caballeros en nuestro suelo patrio. 
Y mi objetivo no fue alcanzado. Me permití explicarle que, puesto que nuestra fe cristiana exige ayudar al prójimo, y además a él no le suponía un especial esfuerzo, debería acceder a presentarlos como futuros caballeros. Pero no. Su principal argumento era que, a pesar de que se trata de dos cristianos ejemplares y de reconocido prestigio en nuestro entorno heráldico, le supondría un cierto desdoro presentar a individuos que carecían de estudios suficientes y de puestos de trabajo brillantes.
Le expuse que otros antes que ellos, en particular un conocido de todos nosotros, había alcanzado el ingreso en la orden sin aportar más méritos que la amistad con otros componentes de la orden y que incluso carecía de estudios, de puesto relumbrante, de rentas elevadas o del prestigio que sí que aportaban mis recomendados. Nada conseguí. 
Así que efectivamente aún hoy, improbable lector, en las órdenes de caballeros, las que no exigen nobleza para el ingreso, no se franquea el acceso a un cristiano ejemplar, o a un perfecto caballero en su comportamiento y trato, o a un gran conocedor de nuestras ciencias, si no goza de un título académico, de una renta suficiente, de un cargo laboral relevante o, sobre todo, de verdaderas amistades que ya pertenezcan a la orden.
Y tras la infructuosa comida, ya de noche, consultando el correo, se confirmó mi reflexión. Un antiguo fiscal de una de las órdenes menores, buen amigo, contestó a un correo anterior que, al igual que había ocurrido al mediodía, negaba el acceso a un oficial, compañero de curso de estadística, ingeniero en Informática, gran estudioso de nuestra ciencia heráldica, argumentando que, aunque efectivamente era oficial, no alcanzaba el empleo suficiente.
No me molesté en responderle. En mi cabeza apareció la imagen de un hermano de hábito que fue armado caballero a mi lado, y que poseía el mismo empleo militar que aquel a quien yo había presentado y había resultado rechazado. 
La conclusión, convendrá conmigo improbable lector, es que actualmente el ingreso en las órdenes mayores, las cuatro antiguas órdenes militares españolas, junto con Malta, se alcanza por derecho de nacimiento, es decir, por acumular nobleza. 
Por el contrario el acceso a las órdenes menores, las corporaciones de caballeros, se logra a través de amigos con los que se pueda comerciar por el favor recibido. El resto de requisitos puede obviarse con la mayor desvergüenza. Basta con que se pueda devolver el favor de ser presentado a una orden de caballeros para tener el acceso franqueado.
Apostilla
Que no se me olvide, que sé que luego se enfada (y con razón). El escudo que encabeza esta entrada es obra del maestro don Carlos Navarro.

jueves, 5 de diciembre de 2013

PORTUGAL

En estos reinos hoy llamados en su conjunto España, aquellos individuos (por llamarlos de alguna forma) que buscan acabar con el sistema monárquico alardean de su error exhibiendo públicamente una bandera, aquella que representó a nuestro país durante los infaustos años posteriores al golpe de Estado incruento de abril de 1931. 
Bandera que no es ni perseguida ni penada, a pesar de su amargo recuerdo. 
Al contrario que aquella otra enseña que exhibe sobre sus colores nacionales las armas de nuestros reyes católicos que, por el contrario, sí es hostigada y escarnecida.

De la misma forma, pero en sentido contrario, en Portugal, nuestro vecino peninsular, quienes ya han alcanzado el estado evolutivo que desea la monarquía como forma de Estado alardean de su acierto exhibiendo una bandera que no se corresponde con la que actualmente ondea en nuestro colindante país. 
 Se adjuntan imágenes, rescatadas de la red, en las que se aprecian los colores de la bandera que flamearía de retornar, por voluntad nacional, al acierto de un régimen monárquico.



Bandera que representa los colores que significaron al rey, y posteriormente al reino, según la evolución heráldica que a continuación se expone:

El proceso se inició al adoptar armas nuevas quien fuera el primer rey de Portugal, don Alfonso I, (toda vez que don Enrique de Borgoña, el primer soberano independiente, se tituló conde de Portugal). Aquel monarca tomó por escudo un campo de plata en el que cargó una cruz de azur, a mediados del siglo XII. 
Su hijo, el rey don Sancho I, en la época de expansión virulenta de la moda heráldica, alteró la representación de la cruz, adoptando la forma de escudetes, muy acorde al gusto heráldico imperante en aquel momento, cargados de un sembrado de bezantes de plata. 
Su hijo, el rey don Alfonso II, comenzó a simplificar el siempre difícil de representar sembrado de los escudetes, por una idealización del mismo a través de una reducción a tan solo cinco bezantes por escusón, que pasaron a denominarse quinas. 
Y por fin, el rey don Alfonso III, nieto de nuestro rey don Alfonso VIII, quien fuera el creador del mueble del castillo como señal de su reino de Castilla, incluyó esta figura en sus propias armas reales portuguesas, en torno a 1250, inclusión pareja a la del resto de sus primos titulares de los diferentes reinos europeos. 
Armas de los reyes de Portugal que han derivado en armas nacionales del país vecino.

martes, 3 de diciembre de 2013

CONGRESO HERÁLDICO INTERNACIONAL

Si los espacios virtuales denominados blogs, esta modernísima forma de comunicación al mundo, expresan la vigencia de una materia en una zona de la superficie emergida del planeta, desde luego estos reinos que hoy se llaman España demuestran mantener muy vivas nuestras ciencias heroicas. 
Del mismo modo, la publicación en nuestra tierra de libros especializados proclama a la cristiandad entera que aquí permanece inalterable el interés por la heráldica, la genealogía y la nobiliaria. 
Pero quizá, la máxima proyección de la fascinación que aún suscitan, se alcanza al considerar que nada menos que un diez por ciento de los congresos internacionales sobre ciencias heroicas se han celebrado en nuestra patria. La primera de estas reuniones se mantuvo en Barcelona en 1929. Madrid sirvió como sede de los congresos III y XV.
El próximo, a celebrar en la ciudad sobre la que asienta la corte del rey de Noruega, se ha convocado entre los días trece y diecisiete del próximo agosto. La sociedad heráldica noruega, que es la organizadora del evento, trae por armas el distinguido recuerdo de uno de los dos muebles que pueblan las nacionales. Así, si el reino nórdico trae de gules un león rampante de oro, que porta en su diestra un hacha en recuerdo de san Olav, de oro, con su hoja de plata, 
las armas de la sociedad heráldica de aquel frío país son también de gules con dos hachas de oro, puestas en palo, con sus filos hacia los cantones, con escusón brochante de oro.
Armas prácticamente coincidentes con las de la única diócesis católica de aquellas tierras: la diócesis de Oslo.
La página institucional del evento es la que concluye estas líneas: